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Juan Lallemand, regatista del Club Náutico de Altea, nos cuenta en este relato su aventura en la regata oceánica del 525 Aniversario del Descubrimiento de América, una edición donde las duras condiciones metereológicas complicaron gravemente la llegada de toda la flota a la isla de La Gomera.

La regata oceánica del 525 Aniversario del Descubrimiento de América, con un recorrido de 750 millas entre Huelva y la isla de la Gomera se disputó del 2 al 9 de septiembre de este año. Una regata referente entre los navegantes deportivos españoles que quedó interrumpida hace unos pocos años y que ahora retoma su andadura.

Juan Lallemand, con tan sólo 21 años, acumula en su trayectoria una importante lista de regatas de crucero, entre ellas competiciones de la talla de la Copa del Rey, el mundial de Swan o las 200 millas a2 de Altea. Creció en el mar junto a su padre, de quién ha aprendido todo de la navegación.  Comenzó de bien pequeño a navegar en Optimist en el Club Náutico de Altea, pero pronto se dio cuenta de que lo suyo era la navegación en crucero. Ahora tiene claro que quiere dedicarse profesionalmente a la vela y está trabajando duro para cumplir su sueño.

 

Relato Náutico: Regata oceánica Huelva - La Gomera por Juan Lallemand

El día 2 de septiembre poníamos rumbo a la Gomera diez regatistas alicantinos. Recorreríamos un total de 750 millas a bordo del “Brujo jazz”. Cuatro días antes habíamos llegado al puerto de Huelva para hacer algunos entrenamientos y la puesta a apunto del barco. El Brujo estaba listo pero aun así había cosas que nos asustaban.

 

El primer día salimos con poquito viento, unos 8 nudos con viento del oeste, no nos imaginábamos lo que nos depararía el último día de regata. La segunda noche ya fue bastante crítica, con rachas de 32 nudos. Habíamos roto ya un asimétrico e íbamos con el código cero, durante mi guardia pensé que en cualquier momento el palo iba a salir volando, aún así lo disfruté mucho,  iba trimando.

 

No teníamos mucho contacto con el exterior, pero de vez en cuando nos enviaban algún mensaje en el ordenador, al tercer día nos dijeron que íbamos muy bien posicionados, terceros en tiempo compensado. Entonces pensamos que no íbamos a soltar ni un milímetro, a partir de la última noche fuimos a tope. Quizás esta estrategia fue fruto de nuestra juventud, y ahora pienso que si en el último tramo hubiésemos reducido trapo el barco habría sufrido mucho menos e igual habríamos podido terminar la regata.

 

Al cuarto día la silueta del Teide se alzó ante nosotros, la imagen era preciosa. El viento soplaba con apenas 12 nudos de intensidad pero dos horas después todo cambió. Olas de 3 metros y un viento descomunal de 40 nudos castigaban nuestro barco y cuando casi habíamos llegado, a tan sólo 100 metros de la llegada, partimos el timón.

 

Me tire al agua y pude ver como el timón estaba partido a ras del casco, habíamos golpeado con algo, no había otra explicación. La situación era crítica, no teníamos ni un centímetro de timón para poder gobernar el barco y estábamos al lado de las rocas. Nos pusimos los chalecos y sacamos las balsas a cubierta por si había que abandonar el barco. Con el viento tan intenso y con las velas arriba el barco se puso a dar vueltas. En ese momento tuvimos la mala suerte de que el tilasca del puño del foque se rompió y de un golpe se subió para arriba, dando vueltas como un fantasma acabó por enrollar la driza en el palo, pensábamos que se iba a ir abajo. Fue un momento un poco crudo, y después de 750 millas y habiendo dormido apenas tres horas cada noche, el físico no lo tienes al 100%.

 

Supimos reaccionar bien, hicimos un timón de fortuna con el tangón, pero éste acabo partiendo porque era de carbono. Ahí nos vimos apurados del todo. Queríamos evitar el rescate a toda costa porque era la opción más peligrosa, pero al final no nos quedó otra opción que avisar a salvamento marítimo. Cuando otra embarcación te remolca pega tirones, y sin timón, nuestro barco iba dando fuertes tumbos de un lado a otro, daba la sensación de que se iba a partir en pedazos.  Los 200 metros que nos separaban del puerto tardamos en recorrerlos remolcados un total de cuatro horas.

 

A pesar de lo duro de la experiencia ha sido una regata muy bonita de la que he aprendido muchísimo y que sin duda repetiría.

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ENTREVISTA A JUAN LALLEMAND

 

¿Dónde te gustaría verte en unos años?

Mi sueño desde pequeñito siempre ha sido navegar en Fígaro, una clase oceánica en solitario que hace regatas transoceánicas. Es el paso intermedio, junto a la clase mini 650, antes de llegar al Inmoca.  A mi me gustaría seguir estos pasos, y quien sabe si algún día poder hacer una vuelta al mundo en solitario.

 

¿Que es lo que te engancha de la navegación?

Me he criado en el mar y es donde me siento realmente bien. A veces me asusto porque llego a pensar que estoy mejor en el mar que en tierra, quizás esto sea lo que me empuja  a navegar en regatas largas.

 

¿Qué pasos estas dando?

Llevo dos temporadas de fijo con el equipo holandés Gastra, con el que hacemos todo el circuito del mediterráneo de la Swan Cup. Además tengo otros pequeños proyectos y como siempre navegando con mi padre en a2. Estoy intentando preparar el Guaguanco para navegar en solitario y empezar a entrenar en esta modalidad.


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